La violencia en Guatemala tiene profundas raíces históricas. Es
generalizada, permea en todas las capas sociales, se manifiesta de
distinta manera y preocupa no sólo a sectores nacionales sino también
internacionales. La violencia física es una de las causas principales de
morbilidad y mortalidad en el país, principalmente entre 15-65 años de
edad, es decir, en la población económicamente activa. Basta leer los
diarios para enterarse, someramente, de lo que significa la violencia en
este país.
La violencia en la educación, en general, es un hecho común. “La
letra entra con sangre” y “a la par del lápiz, el palo”, suelen ser dichos de
maestros en las escuelas. Recuerdo a un profesor del ciclo básico que se
presentaba el primer día de clases esgrimiendo un puntiagudo cuchillo
que incrustaba fuertemente en un escritorio, al tiempo de expresar: “Yo
soy el profesor (fulano de tal) y en mi clase no se hacen bromas ni
bulla”.
La violencia psicológica es probablemente la forma más común
en el sistema educativo. Desde burlas colectivas hasta utilizar a los
estudiantes como mandaderos, incluso el tener preferencias por algunos
alumnos o alumnas discriminando al resto, son formas de violencia
psicológica frecuentes. Conozco el caso de un profesor universitario,
que en la bienvenida a los estudiantes al hospital, decía:
“Ustedes aquí son gatos. Una enfermera está por encima de ustedes.
Tienen hora de entrada más no hora de salida. Y en este departamento, realmente, no hacen falta”.
Con esta bienvenida, nada acogedora, puede uno imaginarse lo que vendría más adelante…